jueves, 18 de octubre de 2007

... Bush cogió su fusil

Desde Washington lo diré, con pocas palabras. Estados Unidos ha obligado a rediseñar el mapa actual de lo que ellos llaman Oriente Medio haciéndonos a todos –incluso tambien a España- cambiar geografías y empezar a llamar casi igual a esa zona caliente del mundo que siempre ha sido y sera para nosotros Oriente Próximo. Este detalle sera solo baladí si a además añadimos a fecha de hoy el resultado de lo que la administración de George Bush ha conseguido –seguramente sin pensárselo dos veces, sin pretenderlo ni mucho menos a priori- con derrocar a Sadam Huseim en una guerra preventiva después de los atentados del 11 de septiembre del año 2001. De aquello polvos, estos lodos. El presidente de los Estados Unidos ha llegado a hablar de la Tercera Guerra Mundial si como parece no hay soluciones internacionales que puedan remediar el deseo del régimen de los ayhatholas por desarrollar -con la ayuda de otros- tecnología nuclear. Un deseo que aquí siempre se ha traducido por la ambición iraní de poder acceder a programas de armas nucleares. Hasta el momento, Estados Unidos ha conseguido ya convertir a un país no árabe en el líder en la sombra de la región y quien sabe si también en el ejemplo a seguir por los países emergentes o en vías de desarrollo dispuestos a levantar la mano o copiar su ejemplo en lo que ha investigación de fuentes de energía tan delicadas se refiere. Pero atención, una advertencia. George Bush en política exterior repite lo que antes y después siempre han hecho y harán los presidentes estadounidenses cuando se han sentado en el despacho oval de la Casa Blanca. En política exterior aquí republicanos y demócratas guardan celosamente los consensos y si hay diferencias –que haberlas haylas- siempre es bueno recurrir a los dos mandamientos que manejan con singular destreza en la secretaria de estado… Estados Unidos ofrece barra libre al mundo, invita a beber en la copa de la paz, lo que solo se consigue después de haber sembrado libertad y democracia, los dos mandamientos fundamentales en lo que se encierra de siempre la política exterior del tío Sam.

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