Es difícil, muy difícil por no decir imposible, llegar a saber cuantos Estados Unidos pueden exitir y cuantos llegar a helarte el corazón. La paradoja es que ellos solitos se lo guisan y se lo comen. Son capaces de abrir debates a la vieja usanza, como en algún tiempo dicen que se hacia en Europa. Ahora todo es diferente y quienes tienen la sartén por el mango y el mango tambien son los primeros en no evitar las arenas movidizas. Las diferencias entre el bien y el mal saltan a la vista, pero a la hora de ponerlas sobre el papel los estados se arrugan y los derechos pueden saltar por los aires. Hablar de terrorismo en los Estados Unidos es tan obligatorio como encontrar ese punto medio que tanto gusta de pregonar y buscar la administración Obama. Las soluciones nunca son fáciles y menos aún cuando la herencia recibida tiene voces capaces de clamar y ser escuchadas desde el desierto. Richard Cheney se ha presentado en el American Enterprise Institute de Washington dispuesto a salvarse a él y a su señor. Estos chicos -vino a decir- están jugando con fuego y no han descubierto que el peligro está detrás de la puerta. Nada nuevo bajo el sol, salvo que a Obama le han salido los primeros colores de una presidencia que no quiere ni de lejos ponerse el mundo por montera. El presidente había elegido la sala más impresionante del Museo de los Archivos para insistir en lo que ya sabiamos. Quiere cerrar Guantánamo, sacar de aquel limbo legal a sus presos, confinarlos si fuera necesario hasta sin juicios en cárceles estadounidenses, juzgarlos a otros en tribunales federales, mandarlos a prisiones de paises amigos y dejar en libertad a quienes tienen que estar libres antes de volverse a cruzar de manos. Las manos de la autoridad que ultimamente aguantan reveses hasta de unos demócratas que en el Senado leen antes las noticias del periódico The New York Times que los planes que desde el ejecutivo llegan al legislativo estadounidense. La verdad, como el final de esta historia, está por escribir. Los padres de la patria se han creido lo que dicen los concienzudos informes. Uno de cada siete de los detenidos que han sido puesto en libertad después de pasar por Guantánamo se han alistado a movimientos integristas. La carga de la prueba ha obligado a rechazar al Senado las ayudas economicas solicitads por Obama. El ex vicepresidente Cheney regaba sobre mojado. Cerrar la cárcel que tanto defendieron él y su presidente -decía a quienes querían escucharle- solo se aplaude en Europa pero es un idea sin deliberación y sin ningún plan. Esta vez, no hay que buscar mucho para descubrir donde hay cuanto menos dos maneras de querer hacer y decir en los Estados Unidos. Cheney lo tiene tan claro como Obama, solo que sus soluciones son bien diferentes. Lástima que Salman Rusdhie haya predicado hace mucho tiempo sin tener suerte. A los terroristas del 11 S, a los terroristas que Bush y Cheney creían haber encerrado en Guantánamo e interrogado con ahogamientos que no son torturas, habría que haberlos enfrentado sin miedos en las plazas mayores de nuestros pueblos hablando, siempre, de lo divino y de lo humano y comiendo un bocadillo de jamón.
jueves, 21 de mayo de 2009
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