domingo, 17 de mayo de 2009

Aborto, penúltima batalla

La obligación de todo Presidente es ganarse el sueldo. La idea es de perogrullo, pero puede resultar reveladora si además ese Presidente pasa por ser el Presidente de un país como los Estados Unidos. Barack Obama ha tenido este domingo que tragarse sapos y culebras en la Universidad católica de Notre Dame en el estado de Indiana. Es parte de su trabajo, pero un ejemplo a navegantes. Por un instante, imaginémonos un mundo al revés. Un diablillo dispuesto a ser mas santo que dios y un dios dispuesto a dejarse envaucar por un hombre que casi todo lo puede. La idea sería descabellada, pero al final como casi todo en la vida, puede hacerse realidad. Este fín de semana, en los Estados Unidos, han tenido que hablar de lo divino y de lo humano. Dar a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. La Universidad de Notre Dame se atrevía a romper la norma, la ley de la tradición y de las buenas constumbre que impide investir doctor honoris causa a un ciudadano bajo sospecha. La ley de Dios que habla de perdonar no es la ley de los hombres capaces de dar protección legal a una mujer que elige como salida el aborto. Barack Obama era hasta el día de hoy el hombre que con más poder encarnaba para muchos al mismísimo diablo. Es el presidente, el democráta que nada mas llegar a la Casa Blanca abría la caja de Pandora. El aborto es en los Estados Unidos un problema arrojadizo, arena movidiza para tiempo de crisis, con la que se admiten pocos juegos. Barack Obama se ha decantado por jugar con ventaja, por ganarse el sueldo de Presidente como se gana con sudores y millones el potro de tortura en el que ocasiones se convierte el sillón del despacho oval de la Casa Blanca. Obama ha dicho justo lo que a la gran mayoria de este país le puede gustar escuchar. Las diferencias son siempre buenas y en el dialogo estará siempre la solución. Las encuestas cambian con el paso del tiempo, las intrasigencias son menos si se puede hablar. La Universiad de Notre Dame no ha dejado por ello de ser un campo de batalla. La seguridad primero, pero en las palabras de Barack Obama se apuntaba una solución. Lo primero, antes que la ley, ayudar a las mujeres con problemas para tratar de que no llegue a ser necesario certificar un millón y medio de abortos al año. Nadie, ni el presidente de los Estados Unidos, puede ser por ello nombrado doctor honoris causa. Las ideas y los proyectos deben hacer mucho menos daño que la Ley. Obama lo ha recordado sin levantar la voz, sin necesidad de repetir evidencias. Miles de graduados en leyes han aprendido pronto la penúltima razón. Mientras unos levantaban simbolos anti-abortistas los otros solo repetían lo que ahora ya es un slogan de batalla: juntos sí podemos. Así sea.

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