La costa oeste de la isla de Ohau guarda secretos. La frontera artificial, la última piedra para la diversión y el entretenimiento del hombre blanco, queda marcada por ahora en el complejo Ko Olina. La exclusividad salta a la vista. La autopista H1 oeste, dirección Waianae acaba algunos kilómetros antes de la que parece ser la linea a no pasar por el turismo hawaino.La sorpresa es haber llegado a ninguna parte. Unas barreras y un chiringuito de seguridad cierran el paso. Dos hawaianas /esta vez sin hula pero con papeles y bolígrafo en ristre/ dejan patente a la vista del viajero la exclusividad del lugar. Ko Olina es una zona residencial de casas como poco a millón todavía en periodo de construcción. La oficina de ventas, en el Logum 2, frente al mar, es casa de piedra y seguramente futura cafetería por la apariencia que me llevó a la confusión de aparcar donde no debía. Ko Olina tiene playas privadas, embarcadero propio, campo de golf alfombrado a todas horas y donde golfistas de todas las edades (que no condición) pueden refrescarse si lo gustan en llamativas cascadas de agua que adornan su transitar por los diecicho hoyos. Hay mansiones de película. Hoteles de las mil y una la noche y muchos obreros y tambien vigilantes privados que desde coches todo terreno y con luces a manera policia obligan a respetar una señal reiterativa y hasta luminosa que prohibe circular a más de 25 millas la hora. Radares intermitentes controlan el cumplimiento de la norma y detectan cada doscientos metros la velocidad del infractor. Ko Olina es tan antinatural como lo que sigue luego sin solución de continuidad. Solo es necesario atreverse a cruzar la frontera imaginaria /pero real como la vida misma/ que marca la primera curva con dirección a Waianae. Ohau tiene en la cara norte de la montaña que al sur ganan y aplanan las maquinas de Ko Olina una fábrica echa humos para bajar del cielo al despistado. La costa es rocosa y medio escarpada, con playas azul turquesa donde no faltan duchas públicas y gente de todas las edades pasando de casi todo. Mucha gente, pero por lo general vecinos de las cientos de las casas a cuestas que descasan en primera linea de mar. Las chabolas de Waianae no se enseñan al turismo, ni están en las guías locales. Los mapas tampoco invitan a descubrirlas. Una carretera costera con dos carriles, sin meridiana, con mucha circulación y semáforos enseña la otra cara de la isla. Hay coches destartalados y semidesvencijados junto a cientos de tiendas de campana donde no cabe un alfiler. Familias enteras, niños pequeños, abuelos... Todos juntos y revueltos mirando al mar y a esa fila eterna de gentes que van en dirección a ninguna parte. Los más jovenes se bañan juntos saltando desde unas rocas. Los más niños sudan la gota gorda al borde de la carretera, entre la tienda que sus padres han montado y hecho su casa, con el único encanto de escuchar el mar mientras de noche concilian el sueño. La costa de Waianae es la otra costa de la muerte. Más de treinta mil hawianos han caido en el mundo de la droga. Viven y han hecho su gueto, su particular grito de guerra, su mundo a parte en isla que es el paraido. Su casa no es tu casa. Los hawaianos lo saben Cambian el coche si tienen que ir de visita, de paso, de hola y adios. Dejan que sus hermanos de sangre quieran ser diferentes, que odien al turista, que quieran vivir como ayer. La historia secreta se repite. Los hombres de Waianae viven sentados. Viven mirando al mar, mientras el mundo da vueltas sin contar con ellos. Si el rey Kamehameha levantara la cabeza no les dejaría entrar en palacio. A ellos, poco les importa. Siguen sentados, buscando la sombra cuando mas calienta el sol de justicia, refrescandose con agua dulce que hacen llegar con magueras desde la fuente pública. La vida en Waianae es así de sencilla o así de difícil. Solo cuando llega el mono es terrible. Es entonces cuando hay que salir corriendo. Dejar los muebles y las maletas de cartón. Dejar a la familia, a los niños, a esos pequeños que por fortuna puede escalorizarse en el muy excluvio Colegio Kamehameha. Colegio solo para alumnos de sangre hawiana. Claro que está lejos de Waianae y aunque sea un derecho de sangre, tambien hay que cruzar una frotera imaginaria donde la vida pasa por algo más que estar condenado a mirar al mar.
viernes, 20 de julio de 2007
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