George Bush ha decidido intentar recuperar la amistad a voces que pregonaba con su colega ruso Vladimir Putin de la mano de papa y mama, los primeros esta pasada noche en prestarse a ser anfitriones de una reunión que solo en horas quiere arreglar diferencias que han vuelto a recordar a muchos aquellos años difíciles de la guerra fria. Este lunes, la mansión que papa Bush comprara a su madre como herencia de su abuela a cambio de poner de uñas a todos sus hermanos- el escudo antimisiles que su hijo quiere poner en Polonia tendrá que ser digerido con algo mas que las muchas langostas que hacen del estado de Maine uno de los paraísos mas apatecidos por los gourmets estadounidenses. Putin –que llegaba vestido con traje marrón y necesitaba de la ayuda de la primera dama para colocarse la chaqueta- vuelve a tener la sartén por el mango y el mago tambien. Hace unas semanas –en al cumbre alemana del G8- sorprendía ofreciendo los radares de Azerbayian como solución intermedia para los miedos estadounidenses a supuestos misiles de procedencia irani. Ahora, con la pelota en el tejado, George Bush sabe que no puede pisar tanto el acelerador como le gustaría. Entre otras cosas porque Rusia presume y quiere tener voz propia y ni le gusta hablar de castigar las veleidades nucleares de Irán, teme por la independencia de Kosovo que nada le agrada y hasta es capaz de recibir a Chavez en Moscu y cortejarle mientras el venezolano piensa comprarles unos cuantos submarinos
domingo, 1 de julio de 2007
A Vladimir le colocan la chaqueta en Maine
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