Pablo González dice a sus 54 años haber madurado. Se sienta con nosotros junto a la piscina del hotel para ver un atardecer precedido por gotas que el aire transforma en arcoiris multicolor. Pablo oficia de anfitrión. Besa a una ex miss Hawai que celebra el haberse conocido cortoneando hoy su figura ante cientos de turistas capaces de llegar a pagar 700 dólares por una habitación doble que solo tiene garantizada las vistas al Pacífico. Pablo habla y no calla. Cuenta su particular aventura en una tierra que encontró al azar y siempre desde la necesidad. Pablo llegó a Oahu con su enésima mujer. Ella era una canadiense hawaiana que despistada se dejó querer en Barcelona. Llegaron juntos con una hija que ahora tiene nueve años. Pablo es un español argentino que además de soñar despierto es capaz de creer en los milagros. Es un hombre bueno. Pablo dice una y otra vez que ha cambiado. Ahora en Oahu no mete mano en la caja. Vive con dos cheques que al mes le giran sus empresas. Tiene contable y abogado. Asalariados en un negocio que sacó adelante por cojones. Primero tuvo que poner en orden secretos ajenos. Descubrir que equivocarse en los Estados Unidos es moneda que cambia de mano. Pablo dice que Lanikai Juice empezó facturando 200 dólares. Ni para pipas en un país en el que un seguro médico es cinco veces más caro. Pablo seguía soñando hasta ese día en el que se descubren las verdades del barquero. La caja era estrecha y dos a meter mano. La primera bancarota se perdona, pero descubre que su amor hawaiano habia tenido antes su amnistía particular y su cuento de la lechera. Pablo se cabrea. Pablo se separa y Pablo decide tirar por la calle del medio. Lanikai Juice es al fín de cuentas ese proyecto truncado que a ojos de un aventurero debería estar llamado al éxito. Pablo tiene fe y en los Estados Unidos/hasta en Hawai, donde todo el parecido con los Estados Unidos es simple coincidencia/ la fe mueve montañas. Los clientes de Lanikai tuvieron a Pablo en sus manos y en sus bolsillos. Esta vez los sueños pudieron ser realidad. Recaudó 23 mil dólares. Cambió el emplazamiento del negocio. Buscó alquilar la misma esquina donde siete negocios anterirores se habian ido a pique. Viajó hasta Valencia. Se trajo una exprimidora de garantía. Puso su dormitorio debajo de la máquina. Se divorciaba cuando su exmujer le pedia la mitad del negocio que no quiso avalar. Trabajo de sol a sol, sin más crédito ni garantía que su trabajo. Hoy tiene 900 clientes diarios y una empresa que factura lo suficiente como para seguir soñando. Ophra le abrió con su programa y en la tele las puertas de la fama. Leno dice que toma para desayunar en Hawai los zumos de Pablo. El sueña todavia con crecer y crecer pero regalando su invento. Llaman multinacionales. Viaja a Japon donde quieren que abra sucursales. Whole Foods se interesa por la idea y ofrece más para escoger. Dos dias a la semana, devuelve a la sociedad hawaiana lo que los hawaianos pusieron en sus manos. Da clases a los niños de dieta y nutrición. Les enseña a comer como se debe, a beber un zumo cada día, a evitar el colesterol que regalan las hamburguesas de la tienda de al lado. Alcalde demócrata y gobernadora republicana elogian la tarea de un ciudadano ejemplar que se confiesa desraizado. Pablo González ha hecho realidad un sueño a manera y estilo tipicamente estadounidense. Muy lejos, imposible de transcribir o copiar con los manuales de la vieja Europa. Pablo /hasta cuando chapurrea inglés/ solo dice y repite que ha madurado. "Solo dos años y estoy dispuesto a decir que lo he conseguido. Educar a mis hijos, pagar su educación es el compromiso. Me conformo solo con recibir de Lanikai Juice un 10 por ciento. El pez grande siempre se come al chico, pero ese diez por ciento /dice Pablo/ será suficiente para demostar que he cambiado". Pablo habla y habla, sueña y sueña con los ojos muy abiertos. Nuestro amigo Pablo ha cambiado. "Sonia te quiero, cuidate, hablamos mañana".
domingo, 15 de julio de 2007
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