viernes, 17 de noviembre de 2006

LOS MEDICOS QUIEREN MATARME


Se llama Leroy Sievers y ha terminado trabajando para la radio publica de los Estados Unidos. Conozco a Sievers porque le escucho cada semana hacer un comentario en la NPR, una colaboración en el programa de las mañanas que dirige una mujer muy quisquillosa, -me gusta mas Olga Viza, naturalmente- pero aquí su Olga es una mujer mayor, muy curiosa y que siempre sorprende al oyente –como Olga- porque es capaz de hacer una pregunta mas a la ultima pregunta con la que pudieras sentirte servido… Pero esta carta desde Washington esta dedicada a su colaborador Leroy Sievers a quien me lo imaginaba yo (lo que es la radio) un negrito jovenzuelo y campechano, con bigotillo de cuatro pelos y tan buena gente como lo es en la tele la familia de Bill Cosby y el hijo que tiene de su mismo nombre. Sievers dijo un dia de este año que sus medicos querian matarle. Aquello, escuchado por la radio, parecia algo asi como La guerra de los mundos, un ordago a la grande -cargado de reyes- y suficiente como para ganar la partida a cualquier matasanos. Quieren matarme… Está claro que huele a querella, me decía, una de esas querella millonarias que los estadounidenses ganan en el tribunal que siempre encuentran a la vuelta de la esquina, Pero no, la historia de Leroy Sievers era y es diferente. Su problema ha sido aprender a convivir con sus semejantes, los primeros sus medicos, y ahora –tambien- con las enfermeras y con los enfermos que como el se pasan horas enganchados a las maquinas del muy celebre Hospital Johns Hopkins en la ciudad de Baltimore. Leroy sumaba 25 años de profesion periodistica a sus espaldas cuando le diagnosticaron un cancer. Era mayo y ya estamos en noviembre. Ha pasado medio año y su primera reaccion –mis médicos quieren matarme- la repite dia a dia a través de ese mundo del ruido en el que ha llegado a convertirse el Internet para todos. Leroy tiene un blog, lo titula MI CANCER y en el escribe, por ejemplo, que esta semana se ira al Hospital Johns Hopkins de Baltimore con una amiga productora. Se frota las manos, tiene ganas de compartir experiencias, de saber que llama a atención a una amiga que quiere hacer un reportaje para la televisión. Leroy, a quien solo quieren matar los médicos, ha hecho hoy de una pequeña sala de Baltimore un centro de vida. Tiene amigos a los que tambien quieren matar otros médicos, sabe que puede confiar y reir con las enfermeras que buscan con ahínco sus venas… pero Leroy –dice- que desde hace medio año, nunca olvida que para entrar en esa habitación de Baltimore hay que cruzar una raya, una raya imaginaria como la que ahora tendra que cruzar su amiga si quiere intentar seguir en este juego que es la vida.

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