Se puede, claro que se puede. La Publicidad es una ciencia capaz de ofrecer espectaculares resultados. No siempre es lo mismo, ni tan siquiera utiliza reglas comunes en un mundo donde todo es susceptible de verderse al mejor postor. Hay diferencias que saltan a la vista. En nuestro país, en España, las clases de publicidad se imparten en una facultad donde lo mismo se hacen periodistas que directores de cine. El resultado es evidente: publicitarios, informadores y cinematográficos acaban dándose de bruces en las colas del paro. Hay que inventar una Super Bowl para luego poder aguantar las consecuencias. Las difenrencias empiezan en la cocina y siguen por el cuarto de estar. Este domingo más de 111 millones de espectadores estadounidenses bebian y comian palomitas y galletas delante del televisior. Jugaban a que jugaban ver publicidad trufada con un poquito de deportes. Algunos piensan y segurirán pensando hasta el próximo año y los años venideros que es lo contrario. Se equivocan, es mentira. La Super Bowl es por encima de todo una superfiesta publicitaria. El mensaje, los mensajes son la realidad. Están todos y pueden digerirse de costa a costa y de norte a sur. Venden coches, películas, bebidas de siempre y hasta doritos envueltos en ilusiones de un mundo por venir... Son ellos y cómo ellos. Son como niños porque si no fueran como niños no entrarían en el reino de los cielos. No saben de culos ni de tetas, saben más de dibujos animados, de golpes sin sentido y hasta de ese pasado mejor y de película que se les escapa entre los dedos. Los buenos son así de tontos (o se lo hacen). Los malos se quedan fuera. Es solo un poquito de publicidad, un poquito de ese otro tarro de las esencias que permite a unos pocos recordar que si algunos ladran es porque siguen cabalgando.
PD.- Muy recomendable el artículo de Hank Stuever en The Washington Post.
PD.- Muy recomendable el artículo de Hank Stuever en The Washington Post.
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