Ha llovido desde que el escritor-periodista Gayo Suetonio Tranquilo atribuyera a Julio Cesar la frasecita de marras. La historia cuenta que corría el año 49 cuando un 21 de enero el emperador romano cruzaba el rio Rubicón poniéndose al Senado por montera. Alea iacta est, la suerte está echada. Una sentencia tan resolutiva puede tener también sus orígenes en el mundo griego. Si asi fuera, nunca los pensamientos de Arnold Toynbee estarían más cerca de hacerse realidad. Los ciclos de la historia y su obstinada repetición nos ponen la carne de gallina. Nos explican cómo los poderosos caen una y cien mil veces en la misma piedra. Levantar la mano es solo un detalle para no tener que acabar levantando la polla. Soy generoso, porque en el retrato de los poderosos deberíamos vernos a nosotros mismos delante del espejo. Claro que cuando Suetorio era amigo de los emperadores nada decía de Adriano y compañía. Las verdades del barquero se cantan desde el rencor y la enemistad. La desgracia es caer en desgracia porque solo entonces es cuando las medias historias quedan escritas en los libros de historia. Otro problema es que los libros de historia acaben entrando en las cabezas de quienes somos desgraciados. Gayo Suetonio ya era polvo cuando un pensador español vino a decirnos eso de que si tienes un secreto el mejor sitio para guardarlo es un libro. Así nos luce el pelo, aunque España sea el país a la cabeza de editoriales y publicaciones en el mundo seguimos sin enterarnos.
lunes, 21 de febrero de 2011
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