Los cerca de trescientos kilómetros que separan Glennallen de Anchorage cumplen con nota lo de ser la carretera más espectacular del estado. La única recomendación es llenar el depósito, pasar del reloj y llevar la máquina de fotos en la guantera. Antes de llegar a Eureka hay posibilidades hasta de pensar que las distancias serán de nuevo las barreras naturales para alcanzar el horizonte. Una vez frente al glaciar de Nelchina compruebas que todo será posible con paciencia. El paseo merece la pena aun incluso cuando las obras en la que llaman Glenn Highway demuestran que vivimos en Alaska la única estación del año que no es invierno. Los rios Tazlina y Matanuska bordean y limpian los glaciares que se abren paso final a valles de película. Hay como en Canada un Lake Louise que se queda pequeño con solo otear en la distancia las fauces del que llaman Tazlina Glacier. Más cerca, desde Eureka y en parada y fonda con hamburguesa de rigor, el Nelchina Glacier es mera advertencia de lo que sigue. Llegar a Glacier Park es tocar de pies al suelo. Llorar al imaginar lo que llegó a ser Matanuska Glacier y rezar para que mañana nuestros nietos puedan todavía disfrutarlo.
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