Estados Unidos se ha pasado los casi ocho años de la administración republicana –de la presidencia de George Bush- queriendo saber qué hacer con la Alianza Atlántica y con unos socios a los que desde los atentados de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington se les ha obligado a cambiar tanto el paso que los incondicionales de ayer no lo son hoy y hay que buscar ampliaciones solidarias y urgentes. Bush y sus halcones –en todo caso de salida y en el final de un segundo mandato que les regalaba cuatro años mas- han querido cambiar la OTAN, pero sin firmar más papeles que les ataran las manos con los que perseguir a terrorista o perjudicasen lo que ha sido su nuevo manual de guerra preventiva. La OTAN -superada la guerra fría- no debiera ser vista como amenaza para Rusia, por eso es fácil entender que para los Estados Unidos invitar a Ucrania y Georgia a echar su candidatura como países miembros y a estudiar las presentadas por Albania, Macedonia y Croacia es solo fruto de los nuevos tiempos donde –salvo la retórica rusa, piensa la administración Bush- el enemigo común es ahora el terrorismo y las armas de destrucción masiva. La realidad es bien distinta sobre todo cuando son mas los llamados a pensar y no solo obedecer las ordenes de quienes llevan la batuta militar, por eso en la cumbre de Bucarest los viejos y los nuevos aliados deben tratar de encontrar un camino de salida que vaya mas lejos que enviar tropas a Afganistán, un recurso que aunque sea a cuenta gotas es consentido como mal menor, para poder pedir –después- paraguas militar a los Estados Unidos, un paraguas que sirve para taparse vergüenzas como las crisis que hizo vivir la Guerra en los Balcanes y ahora tiene como problema urgente el futuro de Kosovo.
miércoles, 2 de abril de 2008
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