A veces me sorprendo pensando que sería del mundo si un desastre dejase diezmado el número de sus mil millonarios pobladores. Los sobrevivientes, me digo, tendrían que volver a refundarse. Rezarían porque lo más indispensable de nuestra civilización humana hubiese sido protegido en la sabiduría de algunos. La razón me dice que me equivoco. Seguramente lo que unos piensan indispensable en esas condiciones sería superfluo para muchos. No importa, después de todo es una simple ficción y... como en España somos autosuficientes acabariamos arreglándonos con tan solo un cuchillo y un tenedor. La idea se me antoja tan caprichosa como caprichoso es el artículo que bajo el título ¿Y ahora? ha firmado Felipe González en el periódico El país. El que fuera presidente del gobierno en la dácada de los años 80 del pasado siglo piensa en alto sobre el futuro del partido del que fue secretario general. Piensa o le hacen pensar que unas primarias con un solo candidato son lo mejor para el Partido Socialista y para el bien de España. No están los tiempos para escurrir el bulto, dice Gonzalez, quien al final (me temo) ha firmado el texto que le han puesto encima. No me casa, porque consideraba que Felipe Gonzñalez tenía mucha más imaginación de lo que finalmente suscribe. Hace años, en la primera universiad estadounidense de los jesuitas, González explicaba y recordaba a la concurrencia la Constitución de Europa y las muchas diferencias que exitian entre los dos continentes. Hablaba e improvisaba, nunca leyó ni tuvo que mirar a un papel. Se sabía de memoria la música y solo tenía que poner las letras. Felipe Gozález vino a decir que un chico listo como el fundador de Microsoft nunca habría tenido éxito en nuestra Europa. España, parte de esa misma Europa que estudiaba el fenómeno, lo habría además despellejado vivo para salvaguardar las envidias y los codazos nacionales. Son esas las cosas que decía Gonzalez para explicar nuestra idiosincracia y nuestro particular talante. Las cosas que no he leido leo para costestar lo qué hay que hacer a la hora de enmendar la plana en la democracia española. Felipe González se apunta a lo fácil y a lo ya sabido. Las recetas para la crisis dan a entender que este mundo nuestro ha huido de las ideologias para refugiarse en las intuiciones. Los políticos profesionales son los encargados de la gestión. Los ciudadanos, los dignos sobrevivientes de sus ideas. A Felipe González le han hecho firmar que somos idiotas. Tan idiotas que necesitamos de las soluciones que decidan y encuentren los sanedrines de los partidos políticos. El primero y este sábado el suyo. Y siempre para lo mismo, para que unos pocos decidan lo que tiene que hacer y pensar la mayoría. Hay que alabar las primarias sin candidatos y evitar dramas en tiempos de drama. Votar es menos necesario que salvaguardar a los mercados. Hay que estar ojo avizor, no vaya a ser que antes de solucionar la crisis ya estemos permitiendo abonar la siguiente. La máxima no deja de ser soprendente. Evitar a la derecha porque ya sabemos para qué quiere el poder. Además, la izquierda ya hace su papel: no solo mete la mano en el bolsillo de los ciudadanos ahora tambien ha llegado a meterla en el paquete de tabaco o en la mísmisima cama de mi habitación. Felipe González me ha dejado hoy boquiabierto con las teorias que ha sido capaz de firmar. No le culpo, quizás -como dice- hay que hacerlo por el bien de España. Esa España diferente y limpia que también desaloja a porrazos una plaza catalana donde jovenes indignados saben por lo menos lo que no quieren. Gajes del oficio, en un país con mas prontos que inteligencia. La salubridad nacional es prioritaria, dicen, máxime cuando está en peligro el contagio de alternativas solidarias. Uffff... que peligro si en nuestro país al ¨¿y ahora?¨ pudieran darle respuesta los mejores y no los de siempre. Que peligro si por fín alguien llegara a considerar a los ciudadanos -ciudadanas y ciudadanos que llenan tantas bocas- como seres inteligentes. Votantes capaces de elegir y saber quienes son sus mejores representantes sin que otros les pongan la lista para meter en el sobre. Que peligro si hubiera tres poderes y todos independientes y con capacidad de saltarse la correa de transmisión partidaria. Que peligro si al final ricos y pobres tuvieran que contribuir al bienestar general en proporción directa a sus ganancias. Que peligro si las subvenciones que el Estado reparte se repartieran solo pensando en el bien común y sin necesidad de enseñar el carnet en la boca. Que peligro si los que la hacen, incluso si son bancos o cajas de ahorro, la pagan sin tener que pagársela entre todos. Que peligro si a los políticos del mundo se les exigiera no solo saber de lo que hablan sino tambien saber de lo que firman. Que peligro si para contestar a una pregunta tan simple como general -¿y ahora?- fueramos capaces de entender que no hay una sola respuesta y que nuestra respuesta ni es la única ni es la mejor.
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