Arminda, Hector, Patricia, Owen y Blanca son parte de la historia estadounidense sin ellos saberlo. Llegaron al país por la puerta de atrás y ahora buscan quedarse pasando por recepción. Son casi ciudadanos. Unos ya tienen residencia, otros viven con visa de estudiante y casi todos han conseguido permiso de trabajo para conquistar el llamado sueño americano. Atrás y por delante han dejado y quieren dejar señas intransferibles de identidad. Tienen en común ser emigrantes en los Estados Unidos. Viven y comparten sus compromisos con aparente alegría. Creen en los milagros, creen en su Dios que no parece ser muy diferente al del resto de los mortales. Viven en familia y con familia. Hablan de gringos y de negros. Se sienten discriminados hasta cuando hacen cola de latinos en el 7-Eleven de la esquina. Arminda llegó desde Puerto Rico y limpia bancos cuando los bancos cierran a media tarde. Héctor era profesor en Republica Dominicana y ahora pelea por pagar la renta del apartamento mientras salda deudas con su divorcio a cuestas. Patricia hace pinitos de peluquera estilista después de pensar que en El Salvador todo sería peor. El mexicano Owen es el pastor de su iglesia pero su jefe quiere verle hablar tanto inglés como idioma español corre por sus entrañas. Blanca ha sido la última peruana en llegar al área de Washington DC y acaba de encontrar trabajo en un McDonald con boca de metro al lado. Ellos, sin saberlo, tienen que aprender más de lo que ya saben. La vida es así de ingrata. Gajes del oficio, oficio de emigrantes que todavía en su caso puede ser considerado oficio de primera. Ellos tienen papeles. Son una élite superior a la de esos doce a quince millones largos de ilegales condenados a vivir en el limbo de los justos. Conocer a Blanca, Owen, Patricia, Hector y Arminda ha sido todo un privilegio. Son la otra cara de la moneda en un país de blanco y negro. Cada mañana llegan a una academia de Silver Spring con la esperanza de los niños. Miran durante cuatro horas a una pizarra blanca donde creen ver dibujado su futuro. Hoy ha tocado explicar y comprender el condicional. Acaban aprendiendo en inglés lo que nunca han sabido en español. Hay en su nuevo idioma condicionales reales que utilizan los verbos en presente y en futuro. Hay tambien condicionales irreales donde es el pasado el que obliga a los cambios. Premisa y conclusión pueden alterarse, tanto como se alteran los tiempos y los sentidos. Alterar sí, pero nunca mezclar esa condición que a la postre resulta siempre invariable. Si mañana Arminda, Hector, Patricia, Owen y Blanca llegan a poderse defender en inglés acabarán siendo ciudadanos de primera. Ese ha sido su primer sueño. Una aspiración tan grande como ser emigrante de lujo. Emigrante con papeles y con posibilidades de acabar dando en inglés las gracias por lo mucho que otros no han tenido. Carajo, que injusto es este mundo que vivimos.
sábado, 20 de febrero de 2010
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