Estados Unidos ha tardado siete años y cinco meses en sacar al grueso de sus tropas de Irak. Ha sido la guerra más larga de toda su historia. Una guerra diferente, equivocada como todas las guerras, pero además injusta porque su objetivo resultó ser falso. Sadam Huseim acabó siendo el trilero más nefasto que recodará el siglo XXI. Su estrategia -aquí estoy yo y mis circunstancias- fueron suficientes para desencajar a los servicios de inteligencia más afamados del mundo. No había ni hubo armas de destrucción masiva. Sadam había elegido vivir de las apariencias. Era el juego diabólico del trilero. La jugada maestra que enmudecía al vecino iraní y espantaba al declarado enemigo israelí. Estados Unidos y la Gran Bretaña pasaron de las amenazas y las zonas de exclusión al fuego aéreo y a la invasión relámpago. George Bush siempre habló de victoria, nunca de retirada. Siete años y cinco meses después de aquel primer bombazo dirigido contra Sadam, otro presidente de los Estados Unidos vuelve a decir misión cumplida. Barack Obama lo repite ahora desde Ohio en voz baja. No es para menos, es imposible decir más. Retirar las tropas como promesa eletoral llega después de mucha sangre y mucho fuego. Cerca de ciento cincuenta mil muertos avalarán con su vidas la llamada operación libertad iraquí. El libro pasa página. Por fín y en solo quince días sabremos cómo es el principio del fín de otra guerra. Hasta 2011 van a quedarse estadounidenes en Irak... Me queda una imagen en la memoria. Navidad 2005. Desde el depacho oval el presidente Bush se dirige a la nación. Termina su discurso parafraseando un villancico que aquí canta desde el final de su guerra civil. Dios no está muerto, ni está dormido. Los errores fracasan, los aciertos prevalecen. Amen.
jueves, 19 de agosto de 2010
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