Una pregunta siempre necesita de respuestas. Es lo mejor, siempre debiera buscarse más de una explicación para una sola pregunta. Ya sé, esto no es verdad pero me gustaría que lo fuese. Hay situaciones que una pregunta no puede nunca dejar de tener respuestas diferentes. Hace setenta y dos horas, en la base militar estadounidense de Fort Hoot (Texas) hubo un tiroteo. Hasta el día de hoy, la pregunta sigue siendo la misma. Nidal Hasan tiene que dar una explicación a su locura. Todos la esperan, incluso los faniliares y amigos de sus trece víctimas. Los medios de comunicación escarban detalles y hasta hacen gráficos sugestivos de la que hasta ahora fue la vida y milagros de Hasan. Nadie puede pasar por alto su estado mental y su condición religiosa. Los debates abiertos entre ilustres personajes del mundo militar, la política y los siempre incondicionales opinantes muestran una radiografía de las diferentes escalas de la tragedia. Sorprenden algunas palabras y más algunos silencios. Hay un denominador común a la hora de buscar explicaciones a la tragedia. El trauma de la guerra es parte de esas muchas repuestas que se buscan para la pregunta. Siempre lo mismo. Las formas son siempre importantes a la hora de presentar los detalles. Idiosincracia estadounidense obliga. Hablar de musulmanes en el ejercito y en el país que todavía vive con las banderas a media asta y que espera funerales de estado el martes próximo no está bien visto. El detalle no es baladí. La última aportación sobre esta materia hay que buscarla en ese gran archivo de la memoria que es internet. La página esta fechada poco después de los atentados del 2001. Nada se dice allí de cuantos musulmanes hay en el ejercito estadounidense. Menos mal, porque todos los musulmanes que hay en el ejercito son ciudadanos de este país como Nidal Hasan. Militares profesionales que se ocupan de ir a la guerra o de tratar los traumas que la guerra provoca en sus conciencias. Hasta aquí nada anormal pero hay más. Muchos militares, como Hasan, deben al ejercito su carrera y su formación. A Hasan le pagaron su graduación en la tristemente famosa Universidad de Virginia Tech. Había trabajado en Washington DC antes de ser trasladado a Texas. Vivía cerca de Fort Hoot donde ahora los investigadores escarban en su vida. Todos quieren saber más y es entoncés cuando surgen las preguntas. La locura de Hasan se convierte en propiedad universal. Interesan las hipótesis y la que será la conclusión definitiva. La respuesta, esa respuesta que debe hacer libre a muchas cociencias. Nidal Hasan ha dado la que pudierá ser su última sorpresa. Es esta ocasión no encontrará la reprobación de sus padres muertos. No tendrá que sentir ya más presiones de compañero y jefes. Sea cual sea la respuesta, la suerte de Hasan parece echada. Hay trece víctimas y familias rotas. La verdad nunca les hará libres. Los muros de Fort Hood siempre han escondido secretos a voces. Hace mas de un año, una madre de una soldado me contaba en Alaska como solucionan los problemas en el ejercito de los Estados Unidos. Ella ha cuidado de su nieta mientras su hija recibía preparación en Fort Hood. Simpre es igual, como cuando le tocó ir a Irak a participar en la que fue llamada Tormenta del Desierto. Entonces, la mujer soldado era soltera. Cuando regresó le tuvieron que dar tratamiento. Gentes como Hasan ayudan a la recuperación de los soldados. Nunca dejaron a su madre enterarse de lo que paso. Ella nunca se lo ha contado. Años después ha vuelto a repetirse la historía. Lloran juntas, pero nunca más han hablado de aquella guerra ni de la que ahora sigue librándose en Irak o Afganistán. La tragedia protagonizada por Nidal dará mucho que hablar. Ruido de voces y lamentos pero la investigación y su protagonista visten siempre de caqui. Esta vez, la locura ha sido en casa y la verdad será dificil que haga libres a padres como mi amiga de Alaska. El silencio es la mejor medicina que puede aplicase antes y después de la locura.
domingo, 8 de noviembre de 2009
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