Muchos acababan de comer y otros pocos ni habiamos empezado. Suele ocurrir en los Estados Unidos, donde un recién llegado puede llegar a pensar que en este país se come a todas horas. Se come, pero no se tiembla como ha ocurrido en la que resultó ser agitada sobremesa. Un terremoto en Washington DC es más que un día de nieve. Se siente y se sufre, pero al menos después del tembleque se puede coger un coche para estudiar las consecuencias. No hay que ponerle cadenas, ni temer a los resbalones... Solo cabe la posibilidad de encontrarse con alguna calle cortada por esa poda natural a la que se somenten los frondosos árboles de esta ciudad-jardín. Washington DC está de suerte después de haber soportado uno de los veranos mas sofocantes de su historía. La capital federal de los Estados Unidos se ha librado por los pelos de escribir una tragedia. No hay víctimas ni daños personales, todo un éxito para un día donde los corazones latieron a mil por hora. Un terremoto vivido en casas de madera y con forro de ladrillo pone los pelos de punta. Un segundo es una eternidad. Y si el movimiento y el ruido -ruido mucho ruido- alcanzan el mínuto de reloj es fácil llegar a ver las puertas del infirno. Todo es tan rápido como lento el recuento de daños. Si nos atenemos a las estadísticas, una movida de 5.8 con epicentro en Richmond (Virginia) es un milagro si acaba en anécdota. Y el santo, el patrono de este final feliz no puede ser otro que el mismísimo obelisco construido en memoria de George Washington. Sí, el Monumento Nacional que descansa en el Mall frente a la Casa Blanca como memoria del que fuera el primer presidente de los Estados Unidos paga las consecuencias. Se cierra indefinidamente al detectar los ingenieros una peligrosa grieta en las alturas. El pinganillo más grande de su serie, la construcción más alta de Washington -555 pies o lo que es lo mismo 169 metros con 164 milímetros y más de 40 toneladas de peso- ha echado el cierre hasta nueva orden. No es la primera vez, tampoco será la última aunque el pirulí de George Washington es más que un monumento. Su historia tiene mucho que ver hasta con la de los sueños que tanto alimentan a este país. El arquitecto Mills proyectaba algo diferente cuando en 1833 le hicieron el encargo. Casi cuarenta años tardaron todos en ponerse de acuerdo y entre medias hasta una piedra donada por Pio IX acabó en el fondo de las aguas del Potomac. Las anécdotas alrededor del obelisco no debieran despacharse de un plumazo. El edificio más alto del mundo hasta que construyeron la Torre Eiffel en París sigue siendo el edificio más alto de Washington... y lo seguirá siendo incluso cerrado por terremoto si nadie modifica las ordenanzas de urbanismo de 1910 donde se prohibe hacer edificios más altos que el ancho de la calle más seis metros.
miércoles, 24 de agosto de 2011
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2 comentarios:
Estupendo relato Magín y muy interesante por los detalles que el "gran público" del que formo parte desconoce.
Un abrazo
Luis
Magín simpático artículo plagado de curiosos datos que el "grn público" de que formo parte desconoce.
Un abrazo
Luis
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