A
la orden, mi general. Debe ser un mal de familia: no se lo creen. Son como son.
Revillo y punto. Y hasta en eso, también son de otra pasta. El general era
Gullón, como mi padre, como su madre de la que siempre fue el niño mimado.
Gonzalo no nació general, pero si nació el primero para
que todos sus hermanos aprendieran pronto a marcar el paso. No eran tiempo
fáciles para quienes venían al mundo sin saber que iban a vivir una infancia de guerra entre el olor a tinta fresca y con la cama encima de una imprenta. Nunca
nos hablaron de la guerra, ni tan siquiera mi abuelo Magín, quien por criticar más de la cuenta al gobernador de turno supo de lo que eran los paseos
sin vuelta desde el hoy Hostal de San Marcos. Ellos ahora ya están juntos. Sin ruido, porque seguro que en el cielo tan
solo siguen diciendo que son los Revillo. Cada vez son más, pero siguen sin creérselo.
Esta noche Gonzalo, el mismo día que era su 88 cumpleaños en la tierra, habrá
soplado las primeras velas de su nueva vida. Será mucho imaginar si alcanzo a
mandarle un recado. Tío Gonzalo, hoy tienes que saber que tendrás que aprender
a volar un poco más solo. Déjanos todavía disfrutar de tía Carmina un buen
rato. Ya sabes, como cuando hace muchos años me abriste las puertas del futuro
nada más bajar del tren en Chamartín antes de ir a la Universidad. ¨Empiezas
una nueva vida -me dijiste- Si te pasa lo mismo que a mí cuando fuí a la
Academia Militar de Zaragoza, ya nunca volverás a casa¨. Siempre te conté
que ese mismo día a punto estuve de coger el tren de vuelta. No lo hice, por
eso hoy lloro a un segundo padre que se ha ido a otro viaje sin billete de
vuelta.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
martes, 26 de agosto de 2014
...que me entierren en Astorga
Si,
ya sé que no le importa a casi nadie, pero para mí es importante que me
entierren en Astorga. Mis
seres queridos, los que ya no están y descansan debajo de la losa a la que mi hermana María José acaba de poner encima unas margaritas blancas, mis seres queridos eran de la misma idea que acabaron haciendo realidad. Mi padre quería descansar junto a su padre. Y mi madre junto a su marido. Ella se salió con la suya, no digo que por mi intervención, pero mi padre se quedó con las ganas. Mama hizo sus cálculos en voz baja. Trajinó con cajas y muertos por doquier y decidió cual sería su futuro. Si mi padre descansaba junto a su padre, mi madre no podría descansar junto a mi padre. Faltaba sitio, solo cabía un muerto en la tumba del abuelo. Y como el que primero marcha, no tiene opción a decidir, mi madre cambió las voluntades para salir airosa en la que podía ser la última palabra. Todo quedaba en casa, se dijo. El panteón familiar son dos tumbas pegadas pared con pared en el cementerio de Astorga. Lo que de noche pueda pasar en una fosa, seguro que se enteran los vecinos de la otra. No está claro que nadie vaya hacer ruido en las ruidosas tierras maragatas, aunque algún coño seguro que ya ha escuchado carbonines por tan osada decisión. A mi, poco me importa. De momento, mi deseo pasa por incinerarme para ocupar menos sitio y llegado el caso hasta repartir las cenizas. Un pedazo junto al abuelo, otro, junto a mis papis y otro –si quiere que no querrá- que se lo quede Nuria a la que garantizo larga vida para hacer finalmente lo que se le venga en gana. Así son las mujeres, incluso para que los hombres puedan fiarse después de muertos. Ellas cortan el bacalao pero también son únicas en multiplicar los recuerdos. Como Maria José, como mi querida hermana mayor capaz de recordar como ella solo sabe lo que son las viejas y mas bellas tradiciones. Angelines y Juan Mari tenían siempre un minuto para visitar a los suyos. Lo hicieron hasta cuando los suyos criaban malvas en un cementerio, hasta cuando no se levantaban para darles un beso y agradecerles esas flores que durante meses dejaban sobre la piedra como mejor señal de que –yo como ellos- quiero que me entierren en Astorga.
seres queridos, los que ya no están y descansan debajo de la losa a la que mi hermana María José acaba de poner encima unas margaritas blancas, mis seres queridos eran de la misma idea que acabaron haciendo realidad. Mi padre quería descansar junto a su padre. Y mi madre junto a su marido. Ella se salió con la suya, no digo que por mi intervención, pero mi padre se quedó con las ganas. Mama hizo sus cálculos en voz baja. Trajinó con cajas y muertos por doquier y decidió cual sería su futuro. Si mi padre descansaba junto a su padre, mi madre no podría descansar junto a mi padre. Faltaba sitio, solo cabía un muerto en la tumba del abuelo. Y como el que primero marcha, no tiene opción a decidir, mi madre cambió las voluntades para salir airosa en la que podía ser la última palabra. Todo quedaba en casa, se dijo. El panteón familiar son dos tumbas pegadas pared con pared en el cementerio de Astorga. Lo que de noche pueda pasar en una fosa, seguro que se enteran los vecinos de la otra. No está claro que nadie vaya hacer ruido en las ruidosas tierras maragatas, aunque algún coño seguro que ya ha escuchado carbonines por tan osada decisión. A mi, poco me importa. De momento, mi deseo pasa por incinerarme para ocupar menos sitio y llegado el caso hasta repartir las cenizas. Un pedazo junto al abuelo, otro, junto a mis papis y otro –si quiere que no querrá- que se lo quede Nuria a la que garantizo larga vida para hacer finalmente lo que se le venga en gana. Así son las mujeres, incluso para que los hombres puedan fiarse después de muertos. Ellas cortan el bacalao pero también son únicas en multiplicar los recuerdos. Como Maria José, como mi querida hermana mayor capaz de recordar como ella solo sabe lo que son las viejas y mas bellas tradiciones. Angelines y Juan Mari tenían siempre un minuto para visitar a los suyos. Lo hicieron hasta cuando los suyos criaban malvas en un cementerio, hasta cuando no se levantaban para darles un beso y agradecerles esas flores que durante meses dejaban sobre la piedra como mejor señal de que –yo como ellos- quiero que me entierren en Astorga.
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jueves, 29 de mayo de 2014
Enhorabuena Enya
Hace dieciocho años, pasé
trescientos sesenta y cinco días escribiendo en siete lineas lo que imaginaba
podía pasar por la cabeza de mi hija recién nacida. Guardé ese libro como quien
guarda oro en paño. Mi intención era regalarle a Enya un manual de recuerdos a
los que sumaria, como hoy, historias vividas juntos. Vida a borbotones, como
esa juventud que ahora pasea por el mundo
convertida en su propia casa. Este 29 de mayo de 2014, Enya ha terminado dando
un esquinazo a la niña que siempre pido lleve dentro. Este jueves de mayo, mes
de las flores y mes de Maria cuando yo tenía sus años, este jueves ha lanzado su primer birrete al aire. Estaba feliz
y estábamos felices. Fue solo un instante, pero en mi caso parecía toda
una vida. Lástima no poderlo compartir con los ausentes. Los que están lejos y nos esperan en un más allá
del que parecía estar prendida la
bandera de las barras y las estrellas. Enya este jueves de mayo se ha graduado con
honores en algo que en mis tiempo llamábamos bachiller. Ese día, los maestro de
siempre, los curas de sotana o los frailes con guardapolvo y babero nos anunciaban la buena nueva. Hoy señores –nos decian- se han ganado poner el don delante de sus nombre. Extraño privilegio en un país donde Franco decidía por todos y cortaba el bacalao como nadie les ha enseñado a cortarlo a los graduados estadounidenses. Esta mañana, en Washington DC, a Enya y a sus compañeros de la promoción 2014 les han hablado de libertad y de justicia, de solidaridad y de compromiso. Hay valores que por repetidos en la vieja Europa hemos preferido ignorarlos. La diferencia salta a la vista . No hay que dar por sabido lo que mañana puede y debe cambiar el mundo. Repetirlo no debería ser nunca un mensaje manido ni extraordinario. Libertad, justicia, solidaridad, compromiso. Son valores de siempre que aqui y ahora repiten por doquier al tiempo que forman parte indisoluble de un siempre criticado y cuestionado sistema educativo. En todas partes cuecen habas, dicen en mi pueblo. Puestos a elegir, me quedo este jueves de mayo mirando a los ojos de Enya. Lástima que entre idas y venidas haya acabado perdiendo el diario que te escribí hace dieciocho años. Hoy en algo más de siete lineas, en tu alegria y en tu decisión de ser cada dia mejor, acabo solo ayudándote a poner un punto y seguido. Enhorabuena, hija. Enhorabuena Enya.
siempre, los curas de sotana o los frailes con guardapolvo y babero nos anunciaban la buena nueva. Hoy señores –nos decian- se han ganado poner el don delante de sus nombre. Extraño privilegio en un país donde Franco decidía por todos y cortaba el bacalao como nadie les ha enseñado a cortarlo a los graduados estadounidenses. Esta mañana, en Washington DC, a Enya y a sus compañeros de la promoción 2014 les han hablado de libertad y de justicia, de solidaridad y de compromiso. Hay valores que por repetidos en la vieja Europa hemos preferido ignorarlos. La diferencia salta a la vista . No hay que dar por sabido lo que mañana puede y debe cambiar el mundo. Repetirlo no debería ser nunca un mensaje manido ni extraordinario. Libertad, justicia, solidaridad, compromiso. Son valores de siempre que aqui y ahora repiten por doquier al tiempo que forman parte indisoluble de un siempre criticado y cuestionado sistema educativo. En todas partes cuecen habas, dicen en mi pueblo. Puestos a elegir, me quedo este jueves de mayo mirando a los ojos de Enya. Lástima que entre idas y venidas haya acabado perdiendo el diario que te escribí hace dieciocho años. Hoy en algo más de siete lineas, en tu alegria y en tu decisión de ser cada dia mejor, acabo solo ayudándote a poner un punto y seguido. Enhorabuena, hija. Enhorabuena Enya.
sábado, 8 de febrero de 2014
ABORTO LIBRE Y GRATUITO
Hay imágenes que lo dicen todo… Estas fotografías son parte de esa España real que no suele salir en los periódicos extranjeros. Son tan reales, que son en color y no necesitan del blanco y negro para darnos cuenta de cómo un país puede enredarse en sus telarañas a veces sin tan siquiera ánimo de ofender. Está nuestra España hecha unos zorros pero algunos siguen empeñados en ponerle puertas al campo. Ahora que una Infanta hace ¨el paseillo¨ y la voces se acallan como llevadas por la distancia, el grito del aborto libre y gratuito puede chocarse de bruces con estampas que ya creíamos del pasado. Al Papa Francisco le gritan desde Naciones Unidas pidiendo que acabe con los pederastas. A la infanta Cristina le llaman choriza y otras cosas con las que muchos piensan compensar sus iras… pero en las calles de Madrid un cura de los de siempre –con sotana, bastón y almas caritativas guiando sus pasos- alcanza tan solo a llegar a la acera de una calle llena de otra marea religiosa. Al final, todas las ideas que en el mundo son parecen estar llamadas a confluir en una misma avenida. Es la vida aunque -como dice mi amiga del alma- algunas veces se dan la mano en el momento y en el lugar más inoportuno.
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