Fue su encargo, un corderito de Pablo con un costillar del que no dejó ni las raspas. Fue su tarde y después de noventa años, su otro día glorioso. Así era mi tío, siempre dispuestos y preparado a poner los puntos sobre las íes Era su sino, flotar como el corcho. Vivir y dejar vivir para hacer realidad lo que su intocable maestro Torcuato le había enseñado en la Universidad de Oviedo: nadar y guardar la ropa, saber estar en la esencia del poder.
José Bernardo Díez Rodríguez fue para todos Pepín. Y lo fue no por ser pequeño sino porque para ser grande necesitó de complemento. Pepín sin Marina, Marina sin Pepín no llegaban a ser Astorga. Se quedaban a medias, como ahora se quedará Marina recordando para siempre lo que pudo ser el intento de su última noche romántica. El abrazo tembloroso con el miedo a caerse y esa definitiva confirmación de no ser aquellos enamorados con veinte años.
Pepín y Marina se habían querido siempre. Hasta se jugaban la vida y jugaban con la vida de quienes les acompañaban. Los nueve años de novios fueron un deambular por la cuerda floja. Los cafés a deshora quitando tiempo para "las fajas", un peligro de muerte. Las visitas a la Forti con el cruce de la "gran presa", una temeridad para los sobrinos más aventajados.
La llegada a Madrid de casados, una puerta abierta para todos. Y mientas José, Marina y Jimena esperaban tocar tierra, padres, hermanos, sobrinos y familiares vivíamos felices y comíamos perdices. Pepín y Marina, Marina y Pepín. Tanto monta, monta tanto. Ellos han conseguido la cuadratura del círculo. Hicieron de Villafranca, Astorga. Y de Astorga, Villafranca. Nos hicieron ser más grandes y hasta disputarnos preferencias.
Para ser Pedrocarlos o Mariapuras debíamos hacernos médicos. Demasiado para estos tiempos de pandemias. Pepín sabía consolarnos, provocarnos... Casi casi, sobrinos, estáis a la misma altura. Y asi nos metía en el bote. Sin darse cuenta, o dándosela muy bien, que lo más bonito que nos regalaba era su sonrisa, ese estar en la esencia, mantenerse fiel al principio del corcho... para seguir flotando, para hacer más fácil su adiós, su despedida camino del cielo.