jueves, 24 de junio de 2010

España

Nos va la marcha y no tenemos remedio. Estamos con el fútbol a vueltas. Será el opio del pueblo, sí, pero en estos tiempos que corren, el fútbol es su mejor fotografía. Me gusta ver, escuchar y leer comentarios de todo pelaje. Los hay blancos, amarillos y negros. Todos diferentes, como cada selección y cada seleccionado. La pasión puede siempre colarse por una rendija. El truco pasa por ser frio a la hora de los análisis. Es dificil, pero no imposible. Si se consigue, el retrato de España es un calco de la mejor realidad. Hay una selección que puede llegar muy alto, pero su primer enemigo está en casa. Somos así y no habrá dios que nos cambie. El aficionado español es derrotista. Su naturaleza de siglos hace que siempre nos veamos volviendo a casa antes de lo previsto. Será un desastre no pasar a cuartos, no llegar a semifinales y no ganar la final. Si fuera al revés tampoco estariamos para tirar cohetes. La crisis aprieta y por una vez hasta casi ahoga. A estas alturas ni estamos para repartir primas. Ni estamos, por no estar, ni para gastar millones en fichajes. Y estos chicos ya no son lo que eran, dicho por ese brujo Aragonés que habla cada partido desde la tele de AlJazira. Somos ácidos hasta cuando queremos hacer coña del respetable. Ganar partidos es casi perderlos y perderlos es quedar eleminados. Animar es remar contra corriente. Hay que ser ofensivo, siempre vivir al ataque aunque sea contra molinos de viento. La esperanza es gran palabra para los vecinos de enfrente. Ver la viga en el ojo ajeno nos ha convertido en la mejor fábrica europea de ladrillos. Somos especialistas en dejar hablar a todos de todo. Sabios y sabrosos, con el siempre preciado adorno del peregil. Quemamos en la hoguera de las vanidades al primero que se nos cruza en el camino. Heroes o villanos, nos durán tanto como un caramelo a la puerta de un colegio. Viva España y el último que pida una subvención. La subvención al pizarrón ahora que el mundo se ha metido en la fiebre de la competencia. Estos chicos, si ganan el mundial, van a cobrar una pasta. Ese fue el primer aldabonado. Leña al mono, leña a la gallina de los huevos de oro. Hay que pedir al papa estado que nos proteja con su manto. Luchar contra los fichajes millonarios es una obligación en estos tiempos que corren. Es mejor subvencionar que hacer negocios para ganar dinero. España ha inventado su propio sistema. Hablan, luego cabalgamos. Somos el mejor estado para el bienestar en un bienestar que se nos escapa de las manos. Somos los mejores, porque somos los de siempre. Jugamos a perder aunque a veces hasta ganamos. Ganamos pero no lo sufiente. Metemos goles pero otros golean y tanto como nosotros hubiesemos tenido que golear La autocritica es nuestra ciencia y nuestro mejor desarrollo. Sí, pero... Somos así y no tenemos remedio.

jueves, 17 de junio de 2010

Andrés Aberasturi

Mi amigo y compañero Andrés Aberasturi anda metido en pleitos. Mala cosa en un país donde los más precavidos todavía recuerdan y recomiendan ese dicho popular que algunos ya hemos experimentado en propia carne. Ten pleitos y los ganes… querido Andrés. No importan las razones, que seguro son muchas, importan mas los dimes y diretes de quienes piensan y deciden a la hora de darte la razón. Y no digamos ya lo que dice y te dicen parte de esa sociedad en la que vivimos, donde es posible que te lean o escuchen uno de esos 20 por ciento de parados que piden una oportunidad, o uno de esos cientos de miles de colegas que buscan un primer empleo en medios de comunicación como los que tu y yo bien conocemos. Hace años, un juez me advertía con cierta displicencia que iba a pagar por mi divorcio más que los Alberto habían pactado por el suyo. Ahora me temo que un juez me diría que ganar una pasta por prejubilado y querer redondearla con trabajos paralelos es cuanto menos chocante. Vivimos en un país donde la envidia es la ley y -ya sabes- donde la costumbre es tanto como una constitución. Nos han prejubilado con lo que unos sindicatos pactaron por nosotros y ahí es donde a todos nos ahorcan. Unos tanto y otros tan poco. Tu como yo pensamos que dos años en el dique seco eran más que suficientes para redimir nuestras culpas. Claro que sí, somos culpables de haber sido fijos en un ente por el que pagan todos los españoles. Menos mal, nos pagamos nosotros mismos y nos pagábamos hasta menos de lo que otros -por hacer lo mismo o a veces menos- cobraban con sus inventos y productoras. Llegó el ERE con su rebaja y los sindicatos volvieron a hacer de las suyas. Te han pillado, querido Andrés, por ser tu quien eres y hacer lo que firmaste que no harías. Injusticia, ya lo creo. Injusticia hasta que alguien ponga los puntos sobre las ies y diga lo que todos sabemos. Un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) es -o era hasta antes de la explosión de la crisis- una triquiñuela laboral para sanear las cuentas de resultados en empresas privadas o públicas. Hasta hace unos días, papa estado y algunas empresas de postín (incluidos muchos bancos) ponían al servicio de sus trabajadores la posibilidad de prejubilarse tras años de trabajo. Al parecer, era un sistema de ahorro no un regalo. Y en esas estamos, querido Andrés, aunque tu hables de dignidad y ganas de seguir en el oficio. Lo nuestro ha sido un despido pactado por otros y a pagar en largos meses-años de vergüenzas. Recuérdalo cuando se lo digas al juez. Nos han puesto en la calle, lo hemos aceptado, y en lugar de indemnización millonaria por más de treinta años de currante te han conminado a cobrar cada mes un pizquito de tus rentas. Ya sabes, cuando se habla de dinero se alborota el gallinero. Cuanto ganas, Andrés, es lo que ahora te pregunta la gente. No hay vuelta de hoja. Ese es el truco. No te van a decir cómo te encuentras sin dar un palo al agua en el oficio por el que diste la vida. Si crees que vas a encontrar solidaridad estás servido. Solo queda una esperanza. Algunos ingenieros de aquella fábrica que tu y yo cerramos en las ondas con otro ERE -Astilleros, por si no recuerdas- han conseguido después de años lo que parece ser un derecho constitucional. Claro que puedes y debes trabajar, Andrés, y hasta cobrar por un despido que otros pactaron por tí escribiendo cláusulas cuanto menos dudosas. Esa es la ley que no la trampa, pero cuando el país se nos escapa de las manos por las rendijas de los números bueno es saber que trabajar es un lujo y premiar al parado un oficio tan viejo como el pedir limosna al papa estado.

domingo, 13 de junio de 2010

Una clase de periodismo

Hace muchos años, un cura gallego que jugaba al dominó en un colegio mayor de la capital de España se reía de la profesión periodística. Vivía Franco y leía los periódicos de la época buscándo en sus artículos y noticias tres pies al gato. Esto es la monda, decía, siempre me cuentan lo que ya ha pasado y no lo que va a pasar. Periodismo y periodistas españoles, refunfuñaba poniendo otra ficha sobre la mesa con golpe de campeón. Franco vivía y en el Pueblo de Emilio Romero había fórmulas a manera de colmena para airear las maledicencias del régimen. El periódico Madrid ya estaba cerrado e Informaciones era el diario de la tarde con el que pasar el rubricón. Don Ramón, el cura gallego, llegaba siempre de noche al León XIII. Su habitación, como la mía de enchufado asilado, tenía teléfono. El llamaba a cualquier parte, yo solo tenía el privilegio de recibir las llamadas de amigos y familiares. Estaba de paso y en habitacion de obispo después de haber sido rescatado de las fauces del diablo. Pero eso es otra historia... El cura era un gallego listo que hablaba de lo divino y de lo humano a la menor oportunidad. Aquellas tertulias nocturnas viendo jugar una partida de dominó eran y han sido, junto con las lecciones de mi abuelo Magín, la mejor clase de periodismo. Vivía Franco y un cura gallego era su mejor intérprete. Estos periodistas no se enteran -mascullaba con un cigarrillo entre lo labios- este país tiene pinta de ir mucho más deprisa de lo que nadie se imagina. Don Ramón siempre me pareció un espia al servicio del Vaticano, un espía con disfraz de cura ye-ye al que mimaban cardenales y obispos. Sabía elegir el momento para decir la palabra justa sin ser un oportunista. Lástima que tantos ramones se hayan esfumado hoy de nuestra vida nacional. Serian una muy buena solución para estos tiempos de crisis. Su escuela se ha perdido entre titulares pomposos y entrecomillados categóricos. Lástima de periodismo español porque entre tanto mirarse el ombligo seguimos sin aprender lo fundamental: lectores como don Ramón quieren que les cuenten lo que va a pasar no lo que ya ha pasado.